PROMETEO Y EL FUEGO DEL CONOCIMIENTO


El fuego ha parecido siempre a los humanos algo tan portentoso y su origen está envuelto en tanto misterio, que desde los tiempos más remotos surgieron leyendas y mitos para explicarlo. El más antiguo de estos mitos es, tal vez, el de Prometeo.

Según los griegos, Prometeo pertenecía a la raza de los Titanes; era hermano de Atlas y Tifón, pero muy distinto de ellos, que solo creían en la fuerza bruta, mientras Prometeo representaba la razón, la inteligencia. Decían las viejas leyendas griegas, que era Prometeo quien había creado la raza humana, a la que Atenea (para hacerla resistir todos los males) dotó con el temor de la liebre, la astucia del zorro, la ambición del pavo real, la ferocidad del tigre y la fuerza del león. Pero no siempre los humanos usaban bien estos dones, y así atraían el castigo del Cielo.

Las enseñanzas de Prometeo

Fueron muchos los bienes que Prometeo derramó sobre los primeros hombres. Cuando aún vivían en cuevas, les enseñó a hacer casas con troncos de árboles, y más tarde de ladrillos; impuso la obediencia a las bestias fieras, que el convirtió al domesticarlas, en amigas del hombre; les inició en la ciencia de los números, les infundió la memoria, les enseñó las propiedades de las hierbas medicinales para curar la enfermedad; arrancó a la tierra cobre, hierro, oro y plata; inventó las naves para surcar los mares. 

Humanos y robo del fuego

En el comienzo de los tiempos, habían conocido el fuego, pero más tarde Zeus se lo arrebató, en castigo de sus culpas. Inútilmente Prometeo clamaba a favor de la Humanidad ante el enojado Zeus:

Señor del Olimpo, le decía ¿qué valen los beneficios que derramé sobre los hombres, si les priváis de aquello que les es más necesario? Sin fuego, ¿cómo podrán ablandar un gran número de alimentos, para saciar con ellos su hambre?...¿cómo calentarán sus huesos ateridos en las noches del frío invierno? ¿cómo verán de noche, y cómo ahuyentarán las fieras malignas, si no pueden hacer hogueras ante sus moradas, sean casas o cavernas?... Señor del Olimpo, ¡Devolved a los hombres el fuego!...

Pero Zeus fingía no oírle. Entonces Prometeo decidió robar lo que se le negaba. Con ayuda de Atenea, la diosa de la Sabiduría, subió al firmamento, se acercó al carro del Sol, tomó de él el fuego sagrado, y lo bajó a la tierra en un tronco de un arbusto.

Se conmovió el Olimpo: ¡El fuego! El fuego sagrado, el fuego del sol, que solo pertenece a los dioses, ha sido robado por Prometeo, protector de los hombres ¡Venganza! ¡Venganza!...

Zeus juró castigar duramente al osado. Llamó a Hefesto, el herrero, y le ordenó forjar una mujer dotada de todas las perfecciones. Y aquella mujer, la más bella que jamás existiera, fue presentada a los dioses del Olimpo. Atenea le enseñó las labores femeninas y Afrodita le dio el poder de enamorar a cuantos la miraran. Hermes le otorgó, con la palabra, el arte de cautivar a quien la escuchara. Le pusieron el nombre de Pandora, que significa: “Dotada de todos los dones”.

Mientras tanto, Zeus encerraba en una caja todos los males, todos los vicios, todos los crímenes y calamidades: Toma, Pandora (dijo a la hermosa, entregándole la caja) llévala a Prometeo y dile que es un regalos de los dioses, pero no la abras ni intentes saber lo que contiene.

El castigo de Zeus

Pero Prometeo no quiso recibir a Pandora, ni menos, aceptar un regalo de Zeus. Al verse así burlado, Zeus se encolerizó de nuevo y otra vez llamó a Hefesto a su presencia:

Ve, forjador divino, le ordenó, y que la Fuerza y la Violencia te acompañen en la misión de llevar a Prometro, ladrón el fuego, al monte más alto de la Tierra…Prometeo fue vencido al fin por la Fuerza y la Violencia, terribles mensajeras de Zeus, y conducido a a la cima del Cáucaso. Allí, Hefesto lamentaba su suerte al tener que someter a terrible tortura al bienhechor de los humanos:

Bien me pesa, magnífico Prometeo, tener que sujetarte con cadenas a este risco apartado de toda huella humana, donde jamás verás el rostro ni oirás la voz de un mortal. Vendrá la noche y amanecerá de nuevo el día, y volverá a oscurecer y otra vez despuntará el alba, y el dolo te abrumará sin tregua…Y un águila carnicera vendrá a ti todos los días y te arrancará la carne del costado. Y esto porque, siendo de la casta de los dioses, quisiste demasiado a los mortales…

Lloraba Hefesto remachando las cadenas que sujetaban a Prometeo a la escarpada roca. Entonces le gritó la Fuerza: ¿Por qué te lamentas, Hefesto, ante el castigo del que robó el fuego del cielo para entregárselo a los hombres? Cuando quedó Prometeo sujeto a la roca, de tal modo que ningún esfuerzo humano fuera capaz de liberarle, dijo la Fuerza: Falso dios, así aprenderás que no se roban impunemente los atributos de los dioses. Que tus hijos, los mortales, a los que tanto amas, traten ahora de salvarte.

Consuelo y liberación

Y allí quedo el desdichado. Sus quejas y lamentos desgarraban el aire. Pero dicen también los viejos mitos que, compadecidas de él las tres mil hijas del  Océano, llamadas Nereidas u Oceánidas, acudían con frecuencia al lugar del suplicio para acompañar al torturado Prometeo, envolviéndole con sus cánticos dulcísimos y aliviando el rigor de los dardos del sol con el aire que movían sus túnicas en la evolución de sus preciosas danzas…He ahí, Prometeo, decían las Hijas del Mar, la recompensa que has tenido por favorecer a las humanas criaturas ¿Cuál de ellas vendrá a liberarte del tormento dictado por los dioses?

Un día, pasados largos años, el gran Hércules, dotado de valor y fuerza sobrenaturales, mataría al águila, rompería los hierros y liberaría a Prometeo encadenado.